No puede haber justicia climática sin justicia de género
Por Lirians Gordillo Piña
¿Qué significa defender la tierra y el territorio desde las mujeres? ¿Cómo median los contextos en un activismo que tiene como centro defender la vida y la naturaleza? Responder estas preguntas pasa por el cuestionamiento a la desigualdad y las violencias machistas, también desde Cuba.
Para la psicóloga feminista Yohanka Valdés Jiménez, existe una conexión profunda entre la violencia de género y la crisis climática que enfrentan, directamente, las mujeres rurales y campesinas. Además de los impactos de género diferenciados, el activismo de ellas ante la injusticia climática ha fundado el concepto de defensoras de la tierra, mucho más reconocido en América Latina que en la nación caribeña. Esto no quiere decir que las cubanas no defiendan y protejan sus territorios y sus prácticas agroecológicas, desde experiencias y contextos particulares.
¿Cómo se conectan la crisis climáticas con las violencias machistas?
Una mirada a América Latina evidencia que, en medio de los altos índices de desigualdad que vive la región, de la crisis climática insostenible y las alarmantes cifras de violencia contra las mujeres, estamos muy lejos de alcanzar la igualdad en la región. No puede haber justicia climática sin justicia de género, y las mujeres hoy no viven en condiciones de mayor equidad.
Por ejemplo, el cambio climático tiene impactos diferenciados para la vida de las mujeres, en la medida en que se agudiza la crisis climática y ellas experimentan una sobrecarga en términos de cuidado y de gestión sostenible de los recursos naturales. A esto se le suma un contexto agravado por crisis migratorias, alimentarias y demográficas.
Por otra parte, existe una conexión bastante directa entre la crisis climática y las violencias que viven las mujeres, bien sea de manera física, psicológica o económica. Por ejemplo, los desplazamientos forzados, la sobrecarga que asumen las mujeres en el trabajo de cuidados no remunerado, el cuestionamiento a sus prácticas y la no valorización de sus contribuciones a la sostenibilidad de la vida, amenazas, estigmatización, ataques físicos, entre otros.
En la medida en que se refuerza la crisis climática, las mujeres están más expuestas a sufrir situaciones de violencia en América Latina y esto se expresa de manera particular en cada uno de los contextos de nuestra región.
La crisis climática es parte de esas crisis multidimensionales que hoy profundizan las desigualdades de género, refuerzan las violencias machistas y además acentúan el peligro para quienes defienden la tierra y los territorios en América Latina y el Caribe, particularmente las mujeres que asumen este rol de defensoras.
¿Qué similitudes y diferencias existen entre las defensoras de la tierra en Latinoamérica y las que también lo son en Cuba?
La justicia climática implica, en primer lugar, cuestionar la mirada binaria, instrumental y opresiva hacia la naturaleza que la posiciona como objeto, sin reconocer que la naturaleza es parte activa en nuestra vida. Por eso actualmente, en diversos territorios en América Latina, se demanda el reconocimiento del valor intrínseco de la naturaleza, lo que implica incorporar las voces de las mujeres rurales, la conservación y convivencia armónica con la naturaleza y la inclusión de los cuidados y el bienestar social y comunitario.
Las defensoras apuestan por una concepción mucho más horizontal, colaborativa y amigable en la relación con la naturaleza, más conectada con la filosofía del Buen Vivir. Esta concepción sobre la sostenibilidad de la vida es mucho más amplia que la que, tradicionalmente, se ha querido ofrecer desde la economía tradicional, pues la economía feminista realmente coloca en el centro la vida.
En Cuba las mujeres rurales han liderado procesos de transición agroecológica y de implementación de medidas de adaptación al cambio climático; sin embargo, muchas de ellas lo han hecho a veces sin el reconocimiento necesario o exponiendo todo el tiempo sus cuerpos —que también son su territorio—, frente a cuestionamientos que ponen en duda sus prácticas a favor de la conservación de los recursos naturales en contextos afectados por sequías, huracanes e inundaciones.
Las cubanas tienen una apuesta importante por la sostenibilidad de la vida, no solo desde la agroecología sino también a partir de la concepción de una alimentación saludable para sus familias y una disposición a compartir sus saberes y contribuir, desde sus pequeños espacios productivos, a procesos de producción, comercialización y alimentación sanos, responsables y justos.
Desde esas experiencias, Cuba puede aportar una visión diferente a lo que son las defensoras de la tierra. Porque en la cotidianeidad, en los espacios rurales, las cubanas defienden la tierra desde otros paradigmas.
Respecto a América Latina, creo que hay una similitud que está basada en el lugar que han ocupado las mujeres en los procesos de resistencia y defensa contra la deforestación, la explotación de recursos naturales de manera abusiva, la extensión de una agricultura basada fundamentalmente en productos químicos y que sabemos tiene un alto costo para la salud. Entre los primeros grupos que alertan sobre estas tensiones se encuentran las mujeres.
A diferencia de la región, donde hay un concepto de defensoras mucho más trabajado en las últimas décadas, en Cuba las que asumen este activismo no son criminalizadas, ni sufren procesos judiciales y penales por la defensa de sus territorios y la denuncia de compañías extractivistas que los están usurpando, sus maneras de producir y de convivir con el medio ambiente.
Estoy pensando en lideresas como Berta Cáceres, que tuvo toda una lucha sostenida por su comunidad, por su territorio y de denuncia al extractivismo en Honduras. Su asesinato en 2016 muestra esas violencias cruzadas y estructurales que enfrentan las defensoras de la tierra en América Latina.
Las latinoamericanas están viviendo procesos más visibles y a la vez retadores, pero esto no quiere decir que otras también no impulsan la defensa de la tierra desde sus territorios y paradigmas; posicionando prácticas resilientes, justas e inclusivas la agricultura familiar, como es el caso de las cubanas. Identificar las diferencias de acuerdo a los contextos nos puede ayudar a ampliar un poco la narrativa sobre la defensoría de la tierra desde las mujeres, pues se colocan una diversidad de prácticas, de actoras y saberes que necesitan dialogar para mostrar que se defiende la tierra desde diferentes concepciones y prácticas.
¿Por qué es importante reconocer, apoyar y proteger este activismo que se hace también en Cuba?
Se requiere una acción urgente para erradicar las violencias de género y para que la justicia climática también sea una realidad. Como sociedad, es momento de exigir un alto a estas violencias y promover mecanismos de protección inclusivos y sólidos, que sensibilicen sobre la reproducción de la violencia machista en contextos impactados por el cambio climático.
Cuando pensamos en protección y apoyo, también hablamos de visibilizar sus contribuciones en clave de sostenibilidad de la vida y convivencia más armónica con la naturaleza; reconocerlas y protegerlas en su activismo desde Cuba. Ellas también pueden ser víctimas de violencias machistas, bien sea por el cuestionamiento patriarcal de sus prácticas, como por las barreras que enfrentan para desarrollar sus propios procesos y proyectos de vida en sus contextos productivos.
Es necesario colocar a las mujeres en el centro, denunciar las desigualdades y visibilizar las violencias que sufren, no para quedarnos en el diagnóstico, sino también transformar sus realidades.