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Violencias machistas aún echan raíces en entornos campesinos y rurales

Por Lirians Gordillo Piña

Dayani Alonso Molina tiene 33 años y desde los 19 trabaja en el sector cooperativo y campesino cubano. Su experiencia confirma que el empoderamiento de las mujeres es un paso imprescindible para el desarrollo de las comunidades. Sin embargo, persisten brechas de género y violencias machistas que frenan la equidad.
Licenciada en contabilidad y finanzas, Alonso Molina ha ocupado diferentes responsabilidades dentro del sector: primero como contable y luego como presidenta de una organización de base de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP).


Actualmente coordina el proyecto “Apoyo a un proceso de creación de capacidades y condiciones para alcanzar a mediano plazo formas superiores de gestión cooperativa en el sector agropecuario en Cuba” (Apocoop) en los municipios Alquízar, Güira de Melena y San Antonio de los Baños, en la provincia Artemisa, a 60 km de La Habana.

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“Hay más mujeres dirigiendo cooperativas y también en la ANAP. Pero este sigue siendo un sector machista”, comenta a SEMlac.

¿Qué violencias afectan a las que defienden el trabajo

y la cultura agrícola?

 


Existen violencias de diverso tipo contra las mujeres rurales. Sobre todo, esos estereotipos que humillan y cuestionamientos como: “¿tú manejas la tierra, tú crees que puedas con un saco al hombro?”, “¿por qué la tierra es tuya y no de tu marido?”. O cuando las ponen de propietarias, pero el marido es quien trabaja la tierra y decide sobre ella.


Hay campesinas y productoras que desde que se levantan están trabajando la tierra, que sí saben manejar su entorno, que trabajan agachadas en el campo recogiendo viandas, hortalizas, tubérculos, raíces, frutas, lo que sea. Pero viven con esa humillación de que no se les reconozca y sí se cuestione su trabajo.
Están las dudas sobre si son suficientemente femeninas. He escuchado afirmaciones como “a fulana tú nunca la ves con un vestido ni con tacones”, “ella se pasa el día a caballo y va a buscar el ganado a no sé dónde”, incluso se llega a cuestionar su orientación sexual, asumiendo que es homosexual.


Existe la violencia económica contra aquellas que no trabajan directamente la tierra, pero sí son trabajadoras del hogar y viven violentadas económicamente porque no tienen una remuneración: no disponen de dinero para su autocuidado, esparcimiento o para aportar al hogar. Sin embargo, ellas viven haciendo comida para un batallón de personas, obreros agrícolas que por temporada llegan a las fincas, según la cosecha.


También son víctimas de violencia física y psicológica. El hecho de vivir aisladas, en muchos casos solas, las pone en situaciones de riesgo. Y no solo pueden ser maltratadas por el esposo, puede ser por el padre u otro familiar.
 

La cultura machista arraigada las limita mucho desde jóvenes, por esas falsas creencias que todavía se mantienen. En algunos casos se les presiona para que no continúen los estudios, con frases como “para qué vas a estudiar, si tú no vas a hacer nadie”, “si tú tienes que venir a cocinar para la casa”, etc. Estas ideas las considero una forma de violencia.


A algunas no las dejan asistir a un taller de capacitación, o no logran ocupar un puesto como directiva. Hace poco conocí a una muchacha que venía de San Cristóbal, otro pueblo, a pasar un curso de superación, y su pareja le dijo: “si te vas para la escuela de cuadros se acababa la relación”. Todavía estas situaciones persisten.

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¿Qué acciones pueden impulsarse para apoyar, reconocer, proteger y promover el quehacer de las mujeres que defienden la tierra, la cultura agrícola y rural?

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Trabajar la tierra y brindar sus frutos es una forma de defender la cultura agrícola desde las buenas prácticas de las mujeres. Por eso pienso en la importancia de implementar la Estrategia de Género de la ANAP, es cierto que no todo el mundo la pone en práctica de la misma manera y hay cooperativas que todavía no la priorizan, por suerte no son todos los casos.


Están las brigadas de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y la ANAP. Cuando el trabajo conjunto de estas organizaciones funciona, se hace notar el empuje de las mujeres en el sector.
 

Una posibilidad es incorporar más compañeras a las cooperativas como asociadas de la ANAP. Hoy existen presidentas de cooperativas, en cargos directivos con voz y poder de decisión. Otras lideran iniciativas económicas, como las plantas de beneficio, la minindustria, las casas de postura y la cría de ganado menor. Están las mujeres creadoras, que tienen muchas experiencias en manualidades, en la costura y la cultura culinaria.


La superación y las oportunidades de intercambio han sido importantes para ellas. Las que han podido acceder a esos espacios transitan por un proceso de transformación largo, pero camino al empoderamiento, a la autoestima, a gozar de libertades y derechos. Ellas inspiran a otras.


Quedan pendientes muchas acciones para proteger a las mujeres frente a las violencias de género, las crisis económicas, el cambio climático y eventos climatológicos. Debemos impulsar más actividades en las comunidades, en las escuelas y círculos infantiles para que, desde edades tempranas, las niñas se identifiquen con las mujeres rurales, les reconozcan su rol y aporte.


Faltan acciones desde los medios de comunicación y en las redes sociales para visibilizar el trabajo y los emprendimientos; para eso, debemos posicionar sus historias en los medios de prensa locales. Precisamos fortalecer las alianzas con organizaciones e instituciones como la FMC y el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA). Por ejemplo, desde los Centros Universitarios Municipales podría investigarse cuántas hijas de campesinas están cursando carreras e incentivar a las que no están vinculadas al estudio para que se superen.


Hay que continuar la sensibilización de las personas que están en puestos de dirección, para que cuando se pidan créditos bancarios no medien estereotipos que limiten su acceso a estos y otros recursos, como los locales y el financiamiento.
Todas estas son acciones que considero necesarias para ir eliminando las brechas de género y las violencias.

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¿Cómo imaginas tu comunidad si no existieran las violencias machistas?

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Feliz, llena de colores y vida, con más desarrollo; donde todas las mujeres tengan derecho a opinar, a tomar decisiones sin necesidad de limitarse por miedo a ser humilladas o violentadas, que puedan tener la posibilidad de expresarse libremente.


La satisfacción será mucha porque se trabajará en armonía, con mayor desarrollo en las zonas rurales y más oportunidades de empleo. Familias enteras con más posibilidades económicas.


Me la imagino con más soluciones, en una relación sostenible con el medio ambiente. Más libre, sin tantos tabúes patriarcales ni la idiosincrasia machista que perjudica, limita y golpea a las que hoy quieren ser mujeres de su tiempo, con derecho a vivir y relacionarse, trabajar, capacitarse y estudiar; hacer lo que les gusta, vivir a su manera, empoderadas, con derechos, con servicios de cuidado que les permitan acceder a mejores oportunidades de empleo. Lo que más deseo en este momento es que esa pregunta se hiciera realidad.

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